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El que la hace, ¿la paga? (traducción al español)

Publicado el 8 de junio del 2020
El 9 Nou - Autor: Francesc Bellavista

 

El símil de la guerra en el contexto de la pandemia sanitaria ha impactado el ámbito informativo. Aún sin enemigo exterior ni efectos de devastación material, inherentes a un conflicto armado, una guerra y una pandemia pueden tener consecuencias económicas similares.

La elevada deuda pública acostumbra a ser una de ellas. Es una carga, no solo para los que la han originado, sino también para las siguientes  generaciones, que, o bien la tendrán que pagar o bien tendrán más limitada su capacidad de invertir en infraestructuras y en gasto social. Un análisis retrospectivo desde el inicio del siglo XX hasta nuestros días nos hace ver los principales mecanismos para reducir la deuda y evitar el impago.

Uno de los más importantes ha sido la inflación. Si la deuda es en la moneda local del país, la inflación provoca la devaluación automática, si bien, en contrapartida, añade un correctivo injusto en forma de empobrecimiento de la población y, por lo tanto, perjudica más a los desfavorecidos y arruina al pequeño ahorrador. Esto pasó en Francia y Alemania donde los precios se multiplicaron por 100 y por 300, respectivamente, en el periodo 1914-1950.

En otros momentos los gobiernos se han visto obligados a implantar impuestos extraordinarios para hacer frente a la deuda. Después de la Primera Guerra Mundial, algunos países europeos (Alemania, Italia, Checoslovaquia y Austria) optaron, sin éxito, recaudar de los ciudadanos  el dinero necesario para pagar  la deuda, con impuestos excepcionales de devengo único con tipos que podían superar el 50% para los patrimonios más elevados.

Como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, Francia y Alemania, entre otras, idearon “impuestos de solidaridad nacional” para hacer frente a los costes de la guerra y la reconstrucción, que tasaban los aumentos de patrimonio y de renta producidos durante el tiempo de conflagración. Japón aplicó un impuesto extraordinario sobre el patrimonio (exigible una sola vez) con un tipo entre el 10% y el 90% para reducir la deuda.

En el caso de EUA, la deuda pública sobre el PIB, al acabar la Segunda Guerra Mundial, fue la más alta de toda su historia, superior a la actual, que ya es decir. En 1942 se aprobó la “Victory Act”, que aumentó el impuesto sobre la renta con un tipo impositivo del 94% en el año 1944 y el impuesto de sucesiones (a un tipo máximo del 75%). Como resultado del aumento de la recaudación y del elevado crecimiento económico del país, a finales de los 80 la deuda se había reducido a una tercera parte.

En alguna otra ocasión los países acreedores fueron más generosos y, pensando en las dificultades del cumplimiento del deudor, optaron por efectuar condonaciones parciales o totales de la deuda. Acabada la Segunda Guerra Mundial, Alemania tenía una deuda ingente por los dos conflictos bélicos perdidos y las correspondientes reparaciones de guerra a los países atacados. Por el Acuerdo de Londres (1953) diversos países acreedores, liderados por EUA, Reino Unido, y Francia  -con participación de España y Grecia-,  le condonaron el 62% de la deuda y le ofrecieron ayudas financieras y comerciales, así como subvenciones mediante el Plan Marshall. Las medidas permitieron la reconstrucción de Alemania y que hoy sea uno de los países más exportadores y más prósperos del mundo.

Menos fortuna han tenido países como Grecia, entre otros, cuando después de la crisis de 2008, los estados más solventes de la Unión Europea -irónicamente capitaneados por Alemania- no tan solo no le perdonaron ni un euro sino que le impusieron duras políticas de ajustes -sobre todo recortes en gastos sociales- que han empobrecido la mayor parte de su población y producido un retroceso económico de diversas décadas.

Precisamente esta última posición es la que hoy sostienen los principales organismos mundiales  Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional (FMI): las deudas se han de pagar aunque esto conlleve penurias para los países afectados. Quizás por esto el FMI sugirió, en 2013, la posibilidad que, para reducir la deuda, estos aplicasen un impuesto extraordinario del 10% sobre el valor del patrimonio de sus ciudadanos.

DEUDA Y COVID-19

En la actual situación nos hemos de preguntar cómo afectará a los atrapados países del sur de Europa -entre ellos España- el aumento de la deuda a causa de la crisis del Covid-19, ya que seguro que se saldará con un diferencial de deuda todavía mayor con respecto a los países del norte.

Dado que hoy resulta inimaginable que se produzcan condonaciones de deuda y sin que estos países tengan la posibilidad de controlar la inflación -cometido principal del Banco Central Europeo (BCE)-  solo les quedará cumplir con el pago de la deuda y, si a la vez quieren evitar, en la medida de lo posible, tener que aplicar impuestos excepcionales o ajustes (recortes) impopulares, la única salida airosa vendría del crecimiento económico.

Por esto es tan importante el acuerdo que se está gestionando en  la UE -gracias a la positiva actitud de los alemanes, capitaneados por Angela Merkel- para la creación de un fondo europeo de reconstrucción destinado prioritariamente a los países económicamente más afectados por la pandemia y que incluye importantes subvenciones a fondo perdido. Habrá que ver si esta vez lo sabemos aprovechar  para hacer nuestra economía más productiva y enfocada a los sectores con futuro.