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¡VIVA LA GLOBALIZACIÓN!

Publicado el 16 de noviembre del 2016
“Los principales perdedores son los que han quedado excluidos de la globalización”. Kofi Annan, ex secretario general de la ONU.

Como continuación del anterior capítulo, se contemplan los efectos de la globalización en los países desarrollados, su influencia en la formación de nuevas formaciones políticas, los peligros del proteccionismo y los posibles mecanismos que, a mi juicio, deberían permitir mejorar el bienestar de la humanidad en su conjunto.

Así de los anticapitalistas de entonces se pasó a los indignados de hace unos pocos años, que solamente tenían en común con sus antecesores la falta de una estructura de organización jerárquica que canalizara su descontento, déficit del que rápidamente se ocuparon algunos perspicaces personajes, por lo que, en la mayoría de países occidentales, emergieron nuevas formaciones políticas de éxito tendentes a aglutinar sus reivindicaciones.

Ahora bien, el hecho de que estas nuevas formaciones sean de distinto signo político-en la nomenclatura tradicional, de derechas y de izquierdas-nos lleva a pensar que no solamente las razones de justicia económica y distributiva han influido en su auge. Cuando intentamos analizar las diferencias entre las propuestas de los nuevos partidos de derecha y las de los recientes partidos de izquierda observamos que todos ellos están de acuerdo en la misma causa originaria sobre los problemas que preocupan a sus potenciales votantes (la globalización), aunque difieren en su tratamiento: para unos la adopción de más proteccionismo económico,  reduciendo la competencia externa tanto en productos (proteccionismo) como en personas (xenofobia) y para los otros  la recidivante idea de la necesidad de reformar el sistema capitalista.

A pesar de su relativo éxito en las urnas, tanto de unos como de otros (dependiendo de cada país), la solución, a mi entender, no debería pasar por ninguna de estas propuestas ya que, por una parte, es de sobras conocido que el proteccionismo solamente conduce a una disminución del comercio mundial y, en consecuencia , una pérdida de riqueza para todos; además, sería de difícil justificación ética pretender mantener el status privilegiado de las clases medias de los países desarrollados a costa de devolver  a la miseria a millones de personas de los países pobres. De momento, después de la elección de Trump como nuevo presidente de los EEUU, los Tratado multilaterales con Asia y con Europa están encallados y la palabra aislacionismo (América first), es una de las más oídas en los últimos días.

Por otra parte, en lo que se refiere a reformular el mercado, ya hemos visto como han acabado las propuestas realizadas por algunos líderes políticos al inicio de última crisis: ¡con más mercado!

Lo que en todo caso hay que exigir -y en esto coincidido con algunas de las propuestas de los “indignados”- es  que éste (el mercado) funcione de forma más equitativa y eficiente, que los gobiernos desarrollen mecanismos de redistribución de la riqueza y de igualdad de oportunidades más justos  y que, frente a una economía global y una innovación tecnológica vertiginosa y disruptiva, se desarrollen reglas y formas de gobierno asimismo globales.

Incluso organismos tan poco sospechosos de ideas radicales como el FMI o la  OCDE se han expresado en los últimos meses sobre la necesidad de un crecimiento “más inclusivo”, en el sentido de que los beneficios de la globalización deben de distribuirse más ampliamente y equitativamente entre la población.

También se desconoce que parte de las desigualdades tiene su principal origen  n la globalización y que parte en el progreso técnico.

Las innovaciones tecnológicas, y sus correlativas económicas y sociales, de los próximos años posiblemente harán anacrónicos los actuales posicionamientos puesto que “avances” como la robótica, la inteligencia artificial y la genética nos obligarán a construir un nuevo paradigma de sociedad que seguramente no tendrá nada que ver con el actual.

En resumen, en mi opinión, la globalización ha sido beneficiosa para millones de personas en todo el mundo aún a costa de la pérdida de nivel de vida para muchos habitantes de los países desarrollados y  la solución para conseguir en el futuro un mundo más justo no pasa por aislacionismos ni cambios radicales de modelo económico sino por conseguir instituciones de gobierno globales que procuren resolver, en beneficio de toda la humanidad, los trascendentes cambios que se producirán en los próximos años, y no solamente a nivel económico.