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¿Cotrabajar o imprimir billetes? (traducción al español)

Publicado el 2 de agosto del 2020
Regió 7 - Autor: Francesc Bellavista

 

¿Qué está haciendo el BCE para ayudar a los países afectados por esta (y por la anterior) crisis? En esencia, poner en marcha la máquina de hacer dinero para dejarlo a los bancos y a las empresas y para comprar deuda de los estados miembros con el objeto de financiar su déficit público. Desde el año 2008 hasta ahora, la entidad monetaria europea –como también han hecho la mayoría de los bancos centrales de los países desarrollados- ha multiplicado por cuatro su balance (es decir, el volumen total de inversiones en deuda pública, privada y otros activos), de manera que se prevé que a final de este año este represente un inédito 58% del PIB agregado de la Unión, que supone unos 16.000 euros por habitante de la zona euro.

La cuestión que nos viene a la mente  de forma inmediata es si esta inmensa creación artificial de dinero es sostenible. Si se lo hubiesen preguntado a mi abuelo, que no era  -por suerte suya- economista sino panadero, seguro que habría contestado que “esto no puede ser bueno y acabara mal”. Los economistas ortodoxos se alinean con el abuelo Paco respondiendo también de forma negativa, dado que tradicionalmente se ha dicho –y se ha visto- que aumentar el volumen de dinero en circulación acostumbra a crear inflación, algunas veces desbocada.

Pero, sorprendentemente, después de cinco años de creación de dinero sin medida, la inflación en Europa –de la misma manera que en otros países desarrollados donde se ha seguido la misma política- ha sido  (es aún) muy escasa.

Este hecho provoca cierta perplejidad y las explicaciones que dan los economistas son muy diversas: unos opinan que en realidad este dinero no ha ido a parar a la economía productiva (empresas y consumidores) porque los bancos han sido muy restrictivos en dar créditos por miedo a  la morosidad; los otros,  aun  invocando razones más macroeconómicas, defienden que el volumen de dinero que circula a nivel internacional es tan grande que el aumento de los balances de los bancos centrales no  es, en términos relativos, tan importante.  A mi entender, también influye el poco crecimiento de la productividad, la pérdida de competitividad frente a determinados países asiáticos y, en el caso de Europa, la poca presencia en los sectores tecnológicos emergentes, factores que hacen que estas inyecciones de dinero sean tan solo una cura paliativa, sin efectos terapéuticos en la economía real.

Por otra parte, algunos economistas (el francés Thomas Piketty, por ejemplo) consideran que aún hay margen para seguir con la creación de dinero, y los seguidores de la llamada Teoría Monetaria  Moderna (MMT) postulan, en esencia, que un país con la capacidad de imprimir su propia moneda (no es el caso de España, pero sí de la UE) puede crear y gastar dinero libremente, siempre que la inflación se mantenga bajo control.

Esta teoría ha sido  abrazada, cosa poco sorprendente, por muchos de los partidos llamados populistas y también por el laborista inglés Jeremy Corbyn y la congresista demócrata Ocasio Cortez, y de alguna manera, a regañadientes y obligado por las circunstancias, por el ultraortodoxo BCE como respuesta a las dos últimas crisis.

Si llevamos esta situación al límite deberíamos preguntarnos porque hace falta ahorrar o dejar de gastar, cuando resulta que es mucho más fácil poner en marcha la máquina de hacer dinero. Y llegados a este punto, y teniendo en cuenta la extraordinaria descentralización que permiten las nuevas tecnologías, quizás la ciudadanía podría llegar  a la conclusión de que lo más sencillo sería que el BCE dejase de tener el monopolio de la impresión de billetes y pusiese al alcance  de cada uno de nosotros  una pequeña impresora que nos permitiese preguntarnos cada día al despertarnos: ¿voy a trabajar o imprimo unos cuantos billetes de euro?