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INVOCANDO AL DIABLO (TECNOLOGÍAS, 2ª entrega)

Publicado el 12 de enero del 2017
“Perderemos la guerra contra las máquinas”. (Steve Wozniak, cofundador de Apple).

El desarrollo tecnológico no solamente condicionará nuestra forma de organización social sino que también planteará  dilemas éticos de difícil resolución. Los avances de la inteligencia artificial pueden generar nuevos retos  difíciles de superar.

Cada vez más, se habla y se practican nuevas técnicas que tendrán enormes consecuencias sobre las personas como son:

  • El “tecnohumanismo”, que consiste en la superación de los límites biológicos  mediante la fusión del cuerpo humano con máquinas.
  • El uso de máquinas inteligentes con capacidad para sustituir a las personas y no solamente en trabajos físicos o repetitivos.
  • La posibilidad de actuar genéticamente sobre la salud de las persones o, incluso, para detener el envejecimiento.

No solo se trata de avances que pueden mejorar la vida del hombre sino que además pueden generar muchos cambios sociales (por ejemplo, más envejecimiento de la población) e incluso plantear variados dilemas éticos (por ejemplo, lo que se conoce como disparidad: costosos tratamientos para no envejecer o para no morir solo al alcance de unos pocos hasta que se democraticen).

Dejar la solución de estos dilemas a la mano invisible del mercado produciría una brecha biológica importante entre grupos de personas  y podría conducirnos otra vez a ideas que parecían ya olvidadas como la de los “superhombres” (Yuval Noah).

En cuanto a la inteligencia artificial (IA), además de sus innegables ventajas, tampoco debemos menospreciar  sus peligros potenciales debido a la posibilidad de que, a través del autoaprendizaje, los ordenadores lleguen a crear algoritmos de decisión más potentes que los de los humanos (superinteligencia), lo que podría, teóricamente, conducir a que éstas máquinas llegaran incluso a tener intereses contrapuestos a los de las personas.

Cuando Elon Musk, fundador de PayPal y Tesla, dijo que desarrollar la IA era “invocar al diablo” se refería al temor, compartido con otras relevantes personas como Stephen Hawking o Bill Gates, de los riesgos de esta tecnología sobre el futuro de la raza humana.

El premio Nobel de física de 2006, John Mather, ha declarado recientemente que “algunas personas creen que podemos controlarlos (los ordenadores), pero es como querer controlar el tiempo. Es algo que nos supera.”

El quid de la cuestión está, en mi opinión, en la respuesta a las siguientes cuestiones:

  • ¿Quién controlará a estas superinteligencias? ¿Serán los gobiernos, las empresas o los ciudadanos? Para que sean estos últimos es imprescindible que la IA se desarrolle en un entorno democrático y transparente.
  • ¿Qué relaciones se establecerán entre los hombres y estas superinteligencias? La respuesta a esta pregunta está estrechamente relacionada con el punto anterior y lo deseable serían relaciones de colaboración o complementariedad entre ambos tipos de inteligencia, y siempre bajo el control de los humanos.

En resumen, se produzca o no la singularidad tecnológica (pronosticada por algunos científicos alrededor del año 2045), es evidente que las nuevas tecnologías cambiarán de forma importante no solo nuestra forma de vida sino también las actuales estructuras de organización social, lo que puede representar un reto global (mundial) de primera magnitud difícil de controlar por estructuras de gobierno de ámbito local.