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RETOS GLOBALES

Publicado el 18 de mayo del 2017
“La economía ya es global, pero el poder político todavía es local. Existe una desincronización: ningún órgano global puede ejercer el control” Zygmunt Bauman


La globalización ha provocado problemas globales que exigen, a su vez, soluciones globales, aunque esta no parece que sea la actitud de la mayoría de países que tienden a buscar soluciones individuales (nacionales) que no ayudarán a resolverlos.

La globalización, la conectividad y, en general, las nuevas tecnologías han producido que la mayoría de los gobiernos se sientan impotentes para tomar las decisiones que sus inquietos ciudadanos precisan -para que les sea garantizado su bienestar y seguridad- y ven como el control se les escapa de  las manos.

Por otra parte, cuando se pregunta a los ciudadanos cuáles son las cuestiones que más les preocupan, sus respuestas acostumbran a limitarse a aspectos locales y a obviar los grandes problemas a los que hoy se enfrenta la humanidad.

Difícilmente encontraremos entre estas prioridades temas tan relevantes como el cambio climático, los peligros -cada vez más inminentes- de la inteligencia artificial o los límites éticos a las modificaciones del genoma (humano o no), y se centran en temas más cercanos e inmediatos como la inseguridad ciudadana, el desempleo, la corrupción o las pensiones.

Este fenómeno puede considerarse incluso lógico y no sería preocupante si no fuera porque los políticos nacionales – abrumados por esta sensación de falta de control, por su impotencia para resolver problemas que se escapan a su ámbito local y por un sistema representativo que limita su visión a mandatos cortos-, también se desentienden de las cuestiones trascendentales a medio y largo plazo, de lo que se infiere la necesidad de instituciones más globales que tengan la fuerza para tomar decisiones ejecutivas y efectivas sobre estos temas.

Pero la actualidad nos muestra reiteradamente que la tendencia de muchos países es, precisamente, la contraria, adoptando políticas populistas basadas en el nacionalismo, el proteccionismo y la xenofobia, por lo que en estos momentos la posibilidad de una gobernanza mundial que afronte realidades  cada vez más complejas parece totalmente utópica.

El hecho de que las relaciones  entre las potencias que realmente cuentan (EE.UU, China y Rusia) se estén crispando y que Europa  cada vez sea menos influyente, tampoco ayuda a facilitar la creación de organismos de colaboración supranacionales.

Incluso un Proyecto al inicio tan ilusionante como la Unión Europea (UE) no está pasando por su mejor momento, debido a la desconfianza de sus ciudadanos sobre si esta comunidad es realmente el mejor instrumento para garantizarles un adecuado  progreso económico y social. Para muchos de ellos, la UE no supone más democracia y prosperidad sino austeridad, exceso de regulaciones, imposiciones y una estructura política demasiado opaca con una importante falta de legitimidad democrática.

Pero ello no quiere decir que la UE no sea imprescindible para solventar los problemas supranacionales de los europeos y su incardinación en un mundo global, es decir, para afrontar los retos globales que se nos presentan. De hecho, sin la UE sus socios estarían completamente desamparados frente a las potencias anteriormente mencionadas.

Abandonar los excesos regulatorios y asumir este liderazgo estratégico de una forma más democrática permitiría, al mismo tiempo, ofrecer un renovado e ilusionante proyecto para sus ciudadanos.

De hecho las pocas iniciativas que hasta ahora se han desarrollado en Europa para afrontar estos retos globales han partido precisamente de la Unión Europea, entre las  que cabe destacar los esfuerzos para reducir significativamente las emisiones de gases de efecto invernadero, la lucha contra las prácticas monopolísticas en internet y contra la evasión fiscal internacional de determinadas multinacionales, las medidas de control del big data y de la privacidad en la red, prevención del blanqueo de capitales, etc. En el futuro la UE debería involucrarse, con más vigor todavía, en fijar las políticas sobre el desarrollo de la inteligencia artificial y de la genética, las migraciones sociales, climáticas y políticas, la lucha contra el cibercrimen y el terrorismo, y en buscar una organización unificada de seguridad y defensa.

En fin, coincido con Zygmunt Bauman en que el peligro consiste en que no estamos desarrollando instituciones políticas (con capacidad para decidir qué cosas deberían hacerse y cuáles deberían evitarse) a nivel global, pero por el contrario el poder (como capacidad de hacer cosas por parte de los que lo detentan) se mueve libremente a través de las fronteras. Por este motivo, los ciudadanos europeos no podemos permitirnos liquidar la principal institución supranacional de que disponemos.