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¿COMPARTIMOS?

Publicado el 9 de febrero del 2017
“La visión gubernamental de la economía puede resumirse en unas cortas frases: si se mueve, ponle un impuesto. Si se sigue moviendo, regúlalo, y si no se mueve más, otórgale un subsidio“. Ronald Reagan


La economía colaborativa, basada en compartir en vez de tener, aporta indudables ventajas en cuanto  a la eficiencia en el uso de determinados recursos y, al mismo tiempo, genera innumerables problemas de encaje con el actual paradigma económico. Su generalización podría llevar al post-capitalismo.

La economía colaborativa se basa en el concepto cada vez más extendido entre la población, al inicio joven y hoy de cualquier edad, de que es preferible usar (compartir) que tener (comprar).

Los últimos años están plagados de casos de éxito de compañías nuevas (unicornios) basadas en este concepto y que son mundialmente conocidas por los servicios que ofrecen y aún más por los jóvenes escandalosamente millonarios que han creado.

Las ventajas a corto plazo de estas plataformas son indudables: aprovechamiento de recursos infrautilizados, aumento de la competencia, disminución de los costes de la transacción y facilidades de uso para los consumidores.

Y todo ello basado en el principio del coste marginal cero (Jeremy Rifkin), es decir, al propietario del bien o servicio, una vez realizada la inversión inicial, no le supone casi coste adicional alguno compartirlo con otro usuario, por lo que puede ofrecerlo a un precio mucho más barato del que resultaría en el modelo clásico de economía.

Por este motivo las empresas tradicionales han  declarado la guerra a estos modelos colaborativos que, además, no tienen que soportar sus gravosos costes de regulación ni, muchas veces, los mismos impuestos.

Adicionalmente a este problema de competencia, relativamente desleal, existe todavía otro más grave que consiste en que algunos modelos colaborativos conducen a la desaparición de empleos más o menos estables que son sustituidos por otros mucho más precarios (free lance o autónomos), empobreciendo de este modo a la población en general, mientras que la mayoría de los beneficios se los lleva una plataforma cuya única misión es intermediar, ubicada en un país de conveniencia fiscal y que no emplea apenas trabajadores.

Ahora bien ¿se trata de una revolución que puede llegar a cambiar el sistema capitalista o la economía colaborativa no dejará de ser  una novedad más que tendrá como mucho un nicho concreto de mercado?

Si tomamos su concepto básico (compartir bienes o servicios entre particulares) deberíamos estar más de acuerdo con la segunda parte de la pregunta, porque una vez compartimos la vivienda y/o la segunda residencia (Airbnb), el coche (Blablacar), nuestro tiempo  (Dogbuddy), conocimientos (Wikipedia) o nuestro dinero (plataformas de crowdfunding o crowdlending), ¿qué más nos queda por compartir? Quizás en el futuro la energía que seamos capaces de autogenerar y repartir a otros usuarios a través de la red, pero poco más.

Si queremos ver más allá de los ejemplos antes indicados debemos centrarnos en un concepto mencionado anteriormente como de pasada: ¡el coste marginal cero!

Debido a la digitalización, la robótica y la impresión aditiva (3D) será cada vez más posible fabricar bienes y servicios a coste marginal (el coste de fabricar la última unidad) tendente a cero. Por ejemplo, necesito seis cucharillas de café, por lo que me descargo de internet el diseño del modelo que me gusta pagando nada o casi nada y lo fabrico con la impresora 3D que tengo en casa y que compré recientemente a un precio de saldo. En muy pocos minutos tengo en casa las seis cucharillas que me gustan y me han costado casi únicamente la materia prima necesaria para hacerlas.

Si este procedimiento lo extrapoláramos a gran parte de los productos existentes en el mercado nos llevaría a lo que algunos autores (Paul Mason) denominan como el “postcapitalismo”: el capitalismo devorado por sí mismo. En otras palabras una economía dominada por el “low cost”, donde las empresas lucharían en competencia perfecta, es decir, con tendencia a igualar el precio al coste marginal y sin apenas beneficio. Todo lo contrario al capitalismo actual basado en las posiciones oligopolísticas de las empresas, en la obtención de costes medios decrecientes en función del volumen de fabricación y en la discriminación del precio a través de la innovación y la diferenciación del producto.